Morir de éxito
Puede que haya más formas de que la varita mágica del “éxito” le toque a uno en la sociedad capitalista, o neoliberal como le gusta ahora llamarse. Una de ellas es que por alguna razón, el artista o profesional en cuestión se convierta en un fenómeno de masas. Y es que en un sistema cuya religión es el dinero, los dioses adorados deben adaptarse a las circunstancias ¿o alguien se puede figurar a un ídolo de masas de hoy día viejo, pobre o feo? Que dicha varita mágica de la gloria toque es una suerte para todos aquellos que consiguen no morir de éxito. Y si no, que se lo pregunten a los Guns & Roses o al moribundo Michael Jackson.
Desde antaño, los únicos animales pensantes, o más pensantes, que existen en la tierra, o al menos eso pensamos nosotros, somos los seres humanos. Y desde antaño, por esa manera que tenemos de pensar, hemos necesitado que muchos interrogantes se resuelvan. ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?. Como la cosa nunca ha estado fácil, ni siquiera para los cerebritos más pintados pues los más listos, que no necesariamente más inteligentes, se han dedicado a erigirse en pastores del rebaño, sacando con ello pingues beneficios. Todas las religiones han servido y siguen sirviendo para ese fin.
Pero, como los tiempos cambian, ahora ya no se llevan los mandamientos, ni los credos ni las vírgenes para someter a las ovejas descarriadas. Ahora prima la libertad, para el que puede ejercerla, el descreimiento y el dinero. Los que ejercen su libertad saben que lo que da dinero es lo que se pone de moda, lo que todos ansían y quieren y desean, y en lo que están dispuestos a invertir. Se construyen ídolos artificiales de laboratorio en muchos casos, que equivalen a las imágenes de cera o de piedra hace muchos más años, a las que se debe idolatrar. Y lo más curioso es que los que ordenan y se benefician de la necesidad de creer en algo del ser humano son los únicos que no creen en nada, excepto en lo bien que se les da dominar a los demás. Es una pena que buenos artistas o profesionales no sean tocados por la varita del éxito y no puedan vivir de acuerdo a su talento y deleitando a mucha más gente que nunca les va a poder conocer. Pero también es una pena cómo juega el monstruo de la ambición con buenos artistas que acaban muriendo de éxito, a los que se les acaba haciendo grande su papel de dioses y terminan “acochinándose en tablas”, temerosos de no alcanzar ese listón imposible con exigencias de deidad.
Ahí anda Michael Jackson, ídolo de los ochenta y parte de los noventa, que no ha levantado cabeza desde que se consagrara en tiempos como el artista más importante y poderoso del mundo mundial. “Thriller” vendió tantas copias que aunque el siguiente LP hubiera sido gloria bendita, no hubiera podido igualarlo.
Guns & Roses se pasan la vida disculpándose ante sus fans (es un detalle por su parte) porque desde hace diez años no se atreven a despegar de nuevo. Viven de las rentas, llegan tarde a conciertos, suspenden otros y el nuevo álbum que prometieron para diciembre de este año (desde hace tiempo) dicen que estará en Marzo del próximo, pero su líder tampoco garantiza que esto vaya a ser así. La verdad es que, con ese miedo que genera el éxito, no me extraña que el muchacho Axl se dedique a pelear, en sentido literal de la palabra, a destrozar la habitación del hotel, en fin, todas esas cosas que el resto de los mortales no podemos ni quizá tenemos necesidad de hacer.
Una pena.
Desde antaño, los únicos animales pensantes, o más pensantes, que existen en la tierra, o al menos eso pensamos nosotros, somos los seres humanos. Y desde antaño, por esa manera que tenemos de pensar, hemos necesitado que muchos interrogantes se resuelvan. ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?. Como la cosa nunca ha estado fácil, ni siquiera para los cerebritos más pintados pues los más listos, que no necesariamente más inteligentes, se han dedicado a erigirse en pastores del rebaño, sacando con ello pingues beneficios. Todas las religiones han servido y siguen sirviendo para ese fin.
Pero, como los tiempos cambian, ahora ya no se llevan los mandamientos, ni los credos ni las vírgenes para someter a las ovejas descarriadas. Ahora prima la libertad, para el que puede ejercerla, el descreimiento y el dinero. Los que ejercen su libertad saben que lo que da dinero es lo que se pone de moda, lo que todos ansían y quieren y desean, y en lo que están dispuestos a invertir. Se construyen ídolos artificiales de laboratorio en muchos casos, que equivalen a las imágenes de cera o de piedra hace muchos más años, a las que se debe idolatrar. Y lo más curioso es que los que ordenan y se benefician de la necesidad de creer en algo del ser humano son los únicos que no creen en nada, excepto en lo bien que se les da dominar a los demás. Es una pena que buenos artistas o profesionales no sean tocados por la varita del éxito y no puedan vivir de acuerdo a su talento y deleitando a mucha más gente que nunca les va a poder conocer. Pero también es una pena cómo juega el monstruo de la ambición con buenos artistas que acaban muriendo de éxito, a los que se les acaba haciendo grande su papel de dioses y terminan “acochinándose en tablas”, temerosos de no alcanzar ese listón imposible con exigencias de deidad.
Ahí anda Michael Jackson, ídolo de los ochenta y parte de los noventa, que no ha levantado cabeza desde que se consagrara en tiempos como el artista más importante y poderoso del mundo mundial. “Thriller” vendió tantas copias que aunque el siguiente LP hubiera sido gloria bendita, no hubiera podido igualarlo.
Guns & Roses se pasan la vida disculpándose ante sus fans (es un detalle por su parte) porque desde hace diez años no se atreven a despegar de nuevo. Viven de las rentas, llegan tarde a conciertos, suspenden otros y el nuevo álbum que prometieron para diciembre de este año (desde hace tiempo) dicen que estará en Marzo del próximo, pero su líder tampoco garantiza que esto vaya a ser así. La verdad es que, con ese miedo que genera el éxito, no me extraña que el muchacho Axl se dedique a pelear, en sentido literal de la palabra, a destrozar la habitación del hotel, en fin, todas esas cosas que el resto de los mortales no podemos ni quizá tenemos necesidad de hacer.
Una pena.