martes, 6 de marzo de 2007


Se desmorona la noche. Empieza la tiniebla a diluirse. Asoman promesas de luz. En esos instantes, aún anteriores al día, el espacio no envuelve ni rumbos ni paisajes, dejando así adivinables los adentros del mundo, el reverso de lo cotidiano, la realidad más honda. Como vagos jirones de niebla flotan invisibles revelaciones. Todas para mí, pues sólo yo estoy aquí, viviéndome en este mundo en suspenso. La hora indecisa, la agonía de la noche en la espera del día, barre como hojas secas todos los ruidos urbanos. Me envuelve el susurro del viento, el empuje de la pleamar, las radiaciones acribillando el aire, la música de las esferas.


Respiro hondo un húmedo frescor vigorizante. Me penetra; mi cuerpo lo recibe entregándose. he dejado en la hondura del navío, en la cuarta cubierta donde vivo y trabajo, una luz de neón a todas horas, y emerjo aquí como el náufrago que recobra la vida a bocanadas. Renazco cada día, subiendo al alba, para vivir este intervalo augural, entre dos tiempos, el ayer y el hoy. En esa divisoria vislumbro mejor lo esencial, siempre escondido bajo lo urgente.



José Luis Sampedro. La senda del drago.