lunes, 2 de julio de 2007


Todo preparado. Bajamos las últimas cajas. Un autobús rosa rememora al pintado tras la pintada de la célebre película australiana que dio la vuelta al mundo. Afortunadamente no tuvimos que soportar pintadas ni abucheos, como les ocurre a los protagonistas de Priscila en alguna ocasión. En este caso y como todos los años, la alegría se mezcló con las gotas de sudor de una de las tardes más calurosas y cálidas de este año. Merecieron la pena todo ese agobio de prisas en una semana entera llena de preparativos para el acontecimiento.

Nos colocamos en el segundo piso, que lleva el techo descubierto, como los sightseeings para los turistas. El autobús rosa sube por Princesa, ante la mirada de asombro de algunos transeúntes que desafiaban el calor del asfalto madrileño a las cinco de la tarde. Las últimas instrucciones dejan paso a Alaska que por enésima vez repite la consigna. A quién le importa. Hasta ahora, nadie ha replicado aunque siga habiendo para todos los gustos. Al atravesar las calles, unos nos miran con la boca abierta, otros con cierto escepticismo y hasta con recelo. Los más simpáticos nos sonríen y saludan con la mano. Los más audaces se atreven incluso a hacerle los coros a Alaska, que, por cierto, vino también en carroza este año. Con una para ella solita, con foto en el lateral y todo. 45 carrozas que tardaron seis horas en desfilar por un recorrido en el que no cabía nadie más. Este año, aparte de todos los componentes del desfile, a los simpatizantes que todos los años se desplazan desde la geografía española se han unido personas de toda Europa.

Gorras rojas, gafas arco iris, abanicos de colores, taconazos, decibelios, decibelios, decibelios, color, color, color. Pasamos a los fornidos “centuriones”, con sus “chocolatinas” al sol. Después un camión de orgullosas damas, tan fuertes como los centuriones. Miss Orgullo, con sus casi dos metros, incluidas las plataformas en que iba subida, echaba su melena morada al viento, entre las banderas blancas y rojas. No pasó desapercibida.

Los que todavía ven en blanco y negro, consideran de esta fiesta reivindicativa como un carnaval que hay que evitar. Eso lo dicen los que suelen alejarse del color y la alegría. Afortunadamente, no estuvieron.


Muy buena la dirección y la interpretación. Da mucho miedo. Aunque no mucho más que algunas personas con las que me cruzo a diario, y es que la ira no es patrimonio de algunos largometrajes soberbios, qué le vamos a hacer.