martes, 13 de marzo de 2007

Carta a una víctima del 11-M





Estimada Bárbara:


Siento vergüenza y pena al mismo tiempo. Vergüenza por cómo nos estamos comportando con vosotros, las víctimas, aquellos a quienes dijimos conocer de los trenes de cada día; aquellos a quienes llamábamos como uno de los nuestros; a aquellos por los que lloramos esos días; a aquellos por quienes gritamos: ¡no está lloviendo, Madrid está llorando! Siento vergüenza por el espectáculo al que irresponsablemente nos han llevado unos y al que de forma insensata hemos entrado los otros. Siento vergüenza de no saber estar a la altura, de que mis lágrimas parezcan de cocodrilo, cuando intentan ser sinceras. Siento vergüenza, porque con vuestra fortaleza y dignidad nos estáis dando una lección a todos. Y siento pena. Una pena enorme por nosotros porque, de esta manera, así sin darnos cuenta, pisoteando sobre vuestras ausencias y dolor, perdemos todo lo ganado desde la Transición. Pues, una vez perdido el respeto por el otro, hemos perdido el respeto por lo más importante y, entonces, qué más da que salte por los aires el estado de Derecho, la Libertad e incluso, nuestra propia dignidad. Y mostremos nuestras vergüenzas sin ningún pudor.


Siento vergüenza y pena por no haber hecho nada para remediarlo. Por participar de esta orgía paranoica. Por arrogarme el derecho de hablar en tu nombre a veces. Por no interesarme por lo que verdaderamente quieres y necesitas. Por ser parte del motivo que te hace alejarte de España cada 11 de marzo, el día del aniversario por el que he de recordar siempre que eres una víctima del terrorismo, la locura y la barbarie humana.
por no haberme dirigido a ti antes, por no haberte escuchado, por estar mirándome el ombligo continuamente. Y siento rabia e impotencia por poder abandonar a mis compañeros en este momento, y ser un todo con una de las partes. Por no haber podido mantener mi promesa juvenil de que nunca más las dos españas han de enfrentarse en un duelo fraticida. Porque os hemos fallado: siento vergüenza y pena. Pero lo más duro, es que sé que ya no puedo pedir que nos perdonéis, pues vuestro ejemplo ni siquiera nos hace dignos de ello; y, por mucho que lo intentemos, nuestro arrepentimiento siempre llevará implícito un reproche al adversario. Tan sólo que sepáis que, como una losa, pesará sobre nuestras conciencias vuestro dolor.

Siento vergüenza y pena de mi misma por no haberme dirigido a ti antes, por no haberte escuchado, por estar mirándome el ombligo continuamente.
Y siento rabia e impotencia por no poder remediarlo. Por haberme dejado caer en el barro y revolcarme en él. Por no poder abandonar a mis compañeros en este momento, y ser un todo con una de las partes. Por no haber podido mantener mi promesa juvenil de que nunca más las dos españas han de enfrentarse en un duelo fraticida.



Porque os hemos fallado: siento vergüenza y pena. Pero lo más duro, es que sé que ya no puedo pedir que nos perdonéis, pues vuestro ejemplo ni siquiera nos hace dignos de ello; y, por mucho que lo intentemos, nuestro arrepentimiento siempre llevará implícito un reproche al adversario. Tan sólo que sepáis que, como una losa, pesará sobre nuestras conciencias vuestro dolor.

Mª José Hernández