viernes, 26 de enero de 2007

Lo que las prisas esconden (I)


Lo urgente se nos come. Su avidez no tiene límites. Tiende a invadirnos como un cáncer voraz. La urgencia entra por la puerta, por el teléfono, por el correo electrónico, por todos los lados: llamadas que exigen una respuesta inmediata, trabajos que deben ser realizados con premura, reuniones que se adelantan por cuestiones perentorias, correos electrónicos que solicitan acuse de recibo y respuesta inaplazable, interrupciones de toda índole que, chulescas, entran sin llamar y tienden a invadirnos bajo el amparo de una etiqueta que parece justificar el acoso: “¡Es urgente!”, y que nos requieren sin cesar que corramos el maratón a ritmo de sprint.

Urgencia ineficiente. Diversos estudios sostienen que se puede perder hasta el 80% de la jornada laboral en interrupciones generadas por lo aparentemente urgente. Y digo aparentemente porque en muchos casos se demuestra que en realidad no se trata de nada crítico. No neguemos el hecho de que hay realmente cuestiones urgentes e importantes, pero so menos de las que creemos.

Las causas de este sarao cotidiano son múltiples, pero sin duda una de las más importantes es que hay quien vive de provocar el caos y la angustia desde la urgencia para asegurar su control, su poder y su puesto, perfiles que ostentan cargos de autoridad, pero que carecen de las habilidades que les permitirían ser realmente competentes. La profesionaliad y la eficiencia tienden a ser discretas, humildes y elegantes, pero etimológicamente, urgir y apretar son una misma cosa, y quien no sabe gestionar de manera eficiente y humana tiende a apretar innecesariamente a los que le rodean para sentirse el rey del gallinero o el alfa dominante de la manada, cuando en realidad se trata del tábano impertinente o, mejor de la mosca cojonera. La urgencia es en muchos casos un elocuente disfraz de la incompetencia, del cretinismo y del propio vacío interior .

Las enfermedades, Según la OMS, hay cada vez más personas deprimidas en los entornos laborales debido a la presión y a la angustia, claros síntomas de la urgencia. Hasta tal punto es así que en medios profesionales abundan frases de este estilo:

“En todo el día no he tenido un momento para ir al lavabo” (¿Se lo imaginan?).
“La semana que viene no puedo ni ponerme enfermo ni tener una crisis: tengo ya la agenda a tope”.

“Llego tarde a la sesión de yoga: ¡Qué estrés!.

Expresiones que ponen de manifiesto la insensatez de la especie y un estilo de vida cuanto menos, insano. Comentarios a veces dichos con ironía; otras veces, con resignación, y otras con ingenuidad, en una descripción de la esclavitud de la agenda, de la prisa, del reloj. Son voces de profesionales anónimos estresados y cabreados, presos o víctimas de “lo urgente” impuesto por un tercero y muchas veces, también, por uno mismo.

Álex Rovira

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