martes, 23 de enero de 2007

Manual del matrimonio


Oscar Wilde
Publicado en el Pall Mall Gazette el 18 de noviembre de 1885


A pesar de su título, un tanto alarmante (Cómo ser feliz aun estando casado o Manual del matrimonio, por un licenciado de la universidad matrimonial), este libro merece ser recomendado con vivo interés a todo el mundo.
En cuanto a las autoridades citadas por el autor, son casi infinitas y van desde Sócrates hasta el director de Scotland Yard.
Nos muestran al pillo solterón que habla del matrimonio como de un “entretenimiento inofensivo” y aconseja a uno de sus jóvenes amigos que se “case pronto y con frecuencia”; el doctor Johnson, que proponía que el matrimonio fuese concertado por el lord canciller, sin que las partes interesadas tuvieran voz ni voto en el asunto; al labrador del condado de Sussex que preguntaba: “¿Por qué tengo que dar la mitad de mis víveres a una mujer para que ponga a cocer la otra mitad?”; y a lord Versdulam, que opinaba que la gente soltera desempeña mejor las funciones públicas.
Y, en realidad, el matrimonio es el único tema sobre el cual todas las mujeres están de acuerdo y todos los hombres en desacuerdo. Sin embargo, nuestro autor es, evidentemente, de la misma opinión que aquella damisela escocesa que, advertida por su padre de que el matrimonio era una cosa muy solemne, respondió: “Ya lo sé, padre mío; pero es más solemne aún quedarse solterona.”
Se le puede considerar como al campeón de la vida conyugal. En verdad hay un sabrosos capítulo sobre los hombres predestinados al matrimonio y aunque se aparte, y con razón a nuestro juicio, de la opinión recientemente expuesta por una o dos señoras en la tribuna de los Derechos de la mujer, según los cuales Salomón debía su sapiencia al número de sus mujeres, destaca a John Stuart Mill, a Bismarck y a lord Beaconsfield como ejemplos de hombres cuyo éxito puede explicarse por la influencia de sus respectivas esposas. Una vez el arzobispo Whately definió a la mujer como “un ser que no reflexiona y atiza el fuego empezando por arriba.” Pero desde su tiempo la educación superior de las mujeres ha cambiado considerablemente su situación. Las mujeres han sentido siempre una simpatía emotiva por aquellos a quienes aman. Girton y Newman han hecho que esa simpatía pueda ser intelectual.
En nuestros días es preferible para un hombre estar casado, y los hombres deben renunciar a ejercer en la vida conyugal esa tiranía a la cual se aferraban antes y que nos tememos que persisten aquí y allá.
- ¿Quieres ser mi mujer, Mabel?- decía un niño.
- Sí- contestó Mabel irreflexivamente.
- Pues entonces quítame las botas.
Nuestro autor presenta también, a propósito de los votos conyugales, observaciones muy sensatas y anécdotas divertidísimas. Nos cuenta cómo un nervioso prematuro, confundiendo las ceremonias del bautismo con las del matrimonio, contestó a la pregunta de si consentía en tomar por esposa a su futura: “Renuncio a todas ellas.” Y cómo un aldeano de Hampshire, al entregar el anillo, dijo a su novia: “Con mi cuerpo te lavo y con mis rebaños en tu redil, te concedo el tuteo.” Y cómo otro a quien preguntaban si tomaba a su futura por legítima esposa, respondió con vergonzosa indecisión: “Sí, quiero; pero de todas maneras preferiría a su hermana.” Y cómo una vieja señora escocesa a quien, con motivo de la boda de su hija, preguntaba una antigua amiga si debía felicitarla por el acontecimiento, contestó: “Sí, después de todo, es muy satisfactorio. Verdad es que Juanita odia a ese buenazo, pero ya sabe usted que siempre hay algo que decir en este mundo.”
Realmente, hay infinitas historias muy donosas en este libro, que hacen su lectura agradabilísima, y contiene, además, buenos consejos, admirables por todos conceptos.
En nuestros días, muchos recién casados debutan en la vida con una terrible colección de tinteros doublé, cubiertos de falsos ónices, o con un verdadero museo de saleros.
Recomendamos vivamente este libro como uno de los mejores regalos de boda. En una guía completa de un paraíso terrenal, y su autor puede ser considerado como el Murray del matrimonio y el Baedeker de la felicidad.

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